Oaxaca, ¿qué sigue?
Julio Hernández López
El movimiento social que busca cambios profundos en Oaxaca (la caída de Ulises Ruiz es la manera rápida de sintetizar una fase de la lucha) logró ayer salvar los riesgos –naturales e inducidos– de la provocación y, al marchar por las calles numerosamente y sin incidentes, en recuerdo del más fuerte golpe recibido hasta ahora, abrió la posibilidad de reorganizar fuerzas y plantear nuevas formas de acción.
Una marcha que hizo converger a miembros en general de la APPO y a las bases magisteriales de la sección 22, éstas intencionalmente caracterizadas por sus dirigentes mediante un gafete colorido que serviría de identificación y aval en caso de acciones provocadas, porque el fantasma de la víspera había sido el de la violencia que podrían generar tanto los tradicionales enviados extraoficiales de Ulises Ruiz como los segmentos radicalizados de la APPO que hablan de arreglos y entendimientos de directivos sindicales y líderes de organizaciones sociales con el gobierno local. Violencia que no llegó y ni siquiera asomó, para tranquilidad de la discreta Policía del Magisterio de Oaxaca (POMO), la cual por acuerdo de su gremio se encargó de la seguridad de la caminata, que pareció a primera vista una más de las varias sucedidas, pero que en realidad iba significando, al paso de las horas y los kilómetros, una nueva expectativa.
APPO y sección 22 del SNTE como referentes formales de una generalizada y sostenida decisión popular de seguir luchando. Los appistas, en medio de pugnas internas en las que algunos de los grupos ya no evitan hablar de las posibilidades de rupturas. ¿Cómo seguir adelante? es la pregunta que muchos se hacen, a sabiendas de que un segmento de la asamblea cree encontrar traición en las posturas analíticas de otros segmentos que consideran que son necesarios ritmos de lucha menos atropellados y sujeción absoluta de todos los participantes a los acuerdos exactos que se adopten, sin acciones espontáneas. Y la sección 22 del magisterio que ha entrado en el proceso de elección de su nuevo dirigente, el año venidero, sobrellevando la pugna entre bases con claridad en cuanto a la necesaria continuidad de la lucha popular con la APPO, que en buena parte son ellas mismas, y la elite dirigente que se mueve en aguas de oficialidad que considera necesarias, haciendo política –se dice– a sabiendas de que Ulises Ruiz y Elba Esther Gordillo son realidades políticas inevitables.
Es la conocida dupla –APPO-sección 22–, pero no es exactamente la misma. Los grupos y sus intereses, los líderes y sus visiones, la lucha social y las opciones electorales, el gradualismo o el aceleramiento, la idea del estallido revolucionario –regional, luego nacional– inminente y la reticencia de quienes prefieren organización social y política, son algunos de los ingredientes en busca de nuevas fórmulas, en una Oaxaca donde la mayoría de los sacerdotes impulsa la lucha popular a contrapelo de una jerarquía acostumbrada a la comodidad de los poderes, donde la defensa de los derechos humanos es una acción de alto riesgo, donde el grueso de la gente quiere luchar por cambios, y donde Ulises Ruiz –embriagado de represión impune y de adulteraciones electorales, ensoberbecido por la alianza, que lo mantiene en la silla, con otro igualmente impugnado, Felipe Calderón– continúa sumando animadversión, no sólo entre quienes ayer explicablemente marcharon por las calles (e hicieron una Procesión del Silencio por lugares simbólicos donde hubo grave violencia política, y participaron en una asamblea nacional del frente contra la represión, con doña Rosario Ibarra de Piedra como figura central), sino también entre sus presuntos aliados a los que no ha correspondido presupuestal y políticamente –como los comerciantes y la clase media que han visto el erario irse por las cañerías electorales– y las elites priístas que siguen riñendo, así sea usando membretes de otros partidos, a causa de las elecciones municipales recientes. ¿Qué sigue en Oaxaca?
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